jueves, 21 de enero de 2016

EL ARTE DE SER FELIZ

El Evangelio es un himno a la alegría

EL ARTE DE SER FELIZ. IGNACIO LARRAÑAGA.

Sufres porque estás dormido, dormido en la noche de tu soledad. Tus miedos son fantasías, sin base ni fundamento. Sufres porque no te das cuenta de que son sombras imaginarias. Si yo te dijera: “Sube a esta montaña a medianoche”, antes de cinco minutos de ascensión ya habrías visto enemigos por todas partes. Cada rama agitada por el viento es un ladrón escondido, aquella vaca es un bandido al acecho, el rumor del viento presagia la presencia de brujas…

La oscuridad engendra el miedo y el miedo engendra fantasmas. Si te digo al mediodía: “Sube a esa misma montaña”, la ascensión te resultará un paseo delicioso, y verás que el viento era viento, y la vaca era vaca… Y así, ahora descubres que los fantasmas de la noche no eran sino producto de tu mente. De la misma manera, si tú estás dormido, es decir, encerrado en la oscuridad de tu mente, vas a sentir una sensación oscura de miedo, y el miedo te va a hacer ver fantasmas por todas partes.

“Éste ya no me quiere”, “Aquél está contra mí”, “Este proyecto va al fracaso”, “Aquel grupo ya no confía en mí”, “Estos otros están tramando desplazarme del cargo”, “Éste me está traicionando”, “Aquélla ya no me visita como antes, ¿qué le habrán contado?”, “El hermano no llega, seguramente habrá tenido algún accidente”… Todo es pura fantasía, estás dormido, no hay nada de eso, o muy poco. Despierta, toma conciencia de que es tu mente, encerrada en tu noche, la que engendra esas sombras. Despierta.

De pronto, te sientes atenazado por el temor, pero no te das cuenta de que solo se trata de una manía persecutoria que inventa sombras alucinantes. Estás dormido. Más tarde, peripecias insignificantes de tu vida las estás revistiendo con ropajes de tragedia. Estás dormido, y estar dormido significa proyectar mundos subjetivos, exagerar perfiles negativos, andar fuera de la realidad, sacar las cosas de su correcta dimensión. La mayor parte de las inseguridades, aprensiones y espantos son, por lo general, hijos de una mente obsesiva.

Es necesario despertar, y solo con despertar te ahorrarás grandes cantidades de sufrimiento. Despertar equivale a darte a ti mismo un toque de atención, caer en la cuenta de que estabas torturándote con pesadillas, que estabas exagerando la peligrosidad de tal situación, que lo que tanto te espantaba eran puras suposiciones de tu cabeza. Tus aprensiones eran pesadillas y tus temores quimeras. Saber que los sueños, sueños son; saber distinguir la fantasía de la objetividad, la ilusión de la realidad; saber que todo pasa y nada queda; saber que las penas suceden a las alegrías y, las alegrías a las penas, y que aquí abajo no hay ningún absoluto. Despertar, en suma, es darte cuenta de que estabas durmiendo.

-Tanto se sufre cuanto se goza. Jesús fue el varón de dolores porque, anteriormente, había sido un pozo de alegría, y pudo liberarnos del dolor porque lo conocía por experiencia.
El Evangelio es un himno de alegría, una feliz noticia. Si las fuentes brotan desde subsuelos profundos y puros, el agua que mana de ahí es pureza y frescura. El Evangelio es un himno a la alegría porque su mensaje surge desde aquella remota región interior de Jesús, habitada por la paternidad acogedora de Dios.

En ese lago interior nacieron sus palabras y actos, revestidos de confianza y serenidad, y tenemos la impresión de que Dios fuese un inmenso seno materno que envolviera cálidamente a toda la humanidad. Y a Jesús mismo lo sentimos cercado de llamas, frescas llamas de alegría. Aquel día Jesús subió al monte y soltó al viento el nuevo código de la felicidad. Les dijo que los que nada tienen lo tendrían todo; que los que con lágrimas se acuestan serán visitados por el consuelo; que habrá banquete y hartura para los que pasan hambre; que los que piedra a piedra levantan el edificio de la paz serán coronados con el título de hijos de Dios, y que, en fin, las lágrimas se transformarán en estrellas y los lamentos en danzas.

Les dijo que los discípulos debían ser, en medio del mundo, una montaña de luz y la sal para condimentar el banquete de la vida; que el Reino es como una piedra preciosa, como un vino nuevo, como un tejido salido del telar; que el Padre visita todas las mañanas a las margaritas y alimenta a los gorriones; que para el Padre el perdonar es una fiesta y que los últimos serán los primeros.

Ésta es la temperatura interior de Jesús de donde brotó aquel mensaje que llenó de alegría al mundo. Les dijo que nadie debía tener miedo; que cualquier vulgar asesino puede acabar con el cuerpo pero que, ni con la punta de una lanza, podrá rozar el alma humana porque ella está asegurada en las manos del Padre. Es posible que la infamia caiga sobre los hijos como un puñado de barro pero, ¿de qué extrañarse? La misma suerte corrieron los profetas.
Una vez, un hombre, al escalar una montaña se encontró una mina de oro. Saltando de alegría regresó a su casa, vendió sus bienes y compró aquel terreno. Lo mismo le sucedió a aquel mercader muy entendido en piedras preciosas que, al pasar por un mercado, vio una perla de gran valor. Emocionado, volvió a su casa, vendió sus propiedades y compró aquel tesoro. Así es el Reino.

El grano de mostaza es una semilla pequeñísima, casi invisible. La siembran, levantan la cabeza y se eleva por los aires, hasta convertirse en un arbusto tan alto y tan potente que las aves del cielo pueden poner holgadamente sus nidos en sus ramas.

Salió el sembrador y arrojó un puñado de trigo en la sementera. Brotó el trigal, escaló las alturas y, llegado el verano, aquello era como un mar de espigas doradas. Así es la Palabra.

Hoy estás feliz porque con la fuerza de tu espíritu has sujetado a las serpientes y a los demonios. Pero eso no es nada. Hay otro motivo de alegría mucho más grande, y es que tu nombre está escrito con letras de oro en el corazón de mi Padre. Felicidades y enhorabuena.

El amor del Padre se extiende sobre toda la tierra como una inmensa onda, y con sus alas protectoras, envuelve y abraza a todas las criaturas. Ésta es la razón definitiva de la alegría de los hijos de los hombres.

Y Jesús desplegó un abanico multicolor de parábolas, apólogos y comparaciones para mostrar que el Padre nos ama gratuitamente. Un mensaje tan optimista solo pudo brotar de un corazón gozoso y, por eso, estamos afirmando en todo momento que el Evangelio es un himno a la alegría.

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